Los familiares cercanos del adicto necesitan también apoyo profesional. A medida que avanza el problema, se ven comprometidos emocionalmente, siendo entonces lo más indicado que ellos busquen ayuda para resolver sus propios problemas.
La mejor defensa de la familia contra el impacto emocional de la adicción de uno de sus miembros consiste en aceptar la enfermedad, adquirir conocimientos sobre ella y hacerse de la madurez y el valor necesarios para lograr realizar todo esto. Cuanto más se disimulen las emociones, más difícil será lograr un proceso de rehabilitación eficaz, porque muchas veces la influencia recíproca es destructiva, no constructiva. Los familiares cercanos del adicto necesitan ayuda. Quienes resultan más afectados son: el cónyuge, los hijos, los padres y los hermanos. Ellos no son los responsables de la fármaco dependencia ni pueden darle al adicto un tratamiento rehabilitador, pero, a medida que avanza el problema, se ven comprometidos emocionalmente y empiezan a actuar como facilitadores, siendo entonces lo más indicado que ellos busquen ayuda y sigan un tratamiento para resolver sus propios problemas.
Esto a muchas personas les parecerá absurdo: ¿cómo es posible que sus allegados firmen necesitar ayuda si el adicto es el que está mal? Sin embargo, como ya se ha explicado, toda la complicación psicológica de las adicciones se contagia de alguna manera y daña a las personas cercanas. Los errores que entonces se cometen son casi increíbles y a menudo dificultan la recuperación del dependiente, aun cuando no sea ésta la intención. La mejor manera de ayudar es terminar con la ignorancia, situarse en la realidad y poner en práctica lo que se aprendió. El problema de los adictos radica en su persona; su rehabilitación sólo puede lograrse con la abstinencia total. Por eso, es al adicto a quien le corresponde decidirse, por su propia voluntad, a tomar medidas eficaces.
Es asombroso ver cómo el adicto controla a su familia, principalmente al cónyuge y a la madre, quienes lloran, gritan, se quejan, alegan, ruegan, amenazan o dejan de hablarle; pero también disimulan, lo protegen y lo defienden de todas las consecuencias de su adicción. Los familiares tienen que aprender a defenderse contra las armas que utilizan los dependientes, pues de lo contrario se convertirán en esclavos virtuales de la enfermedad, produciéndose a sí mismos una enfermedad mental o emocional que puede llegar a ser considerable. El primer recurso del adicto es hacer perder la paciencia o provocar ira, pues quien se enfurece o se muestra hostil se vuelve incapaz de ayudarle. Así, consciente o inconscientemente, el adicto vuelca sobre otra persona el odio que siente contra sí mismo, y el que se enoja con él le sirve de excusa para reincidir.
La segunda arma es su facultad para provocar ansiedad, haciendo que la familia se sienta obligada a hacer por él lo que sólo él debe hacer por sí mismo. Los familiares empiezan a resolver los problemas que él crea; si extiende un cheque sin fondos, terminan por pagarlo; si no mantiene a su familia, ellos se encargarán del sustento; si choca, ellos pagarán los daños y perjuicios, y así sucesivamente. Con esto, el adicto no se responsabiliza y sigue cometiendo errores; no obstante, se siente culpable y resentido, continúa negando que es fármaco dependiente o alcohólico, y la familia lo rechaza cada vez más por los problemas que causa. Por tanto, los familiares necesitan aprender a afrontar la ira y la ansiedad que les provoca el adicto, y para ello generalmente necesitarán de la ayuda de especialistas o de grupos de apoyo.
El amor no se maneja a menudo de forma adecuada; la compasión (sentir o sufrir con alguien) lleva a los familiares a tolerar las injusticias del adicto, quien logra anestesiar el sufrimiento, la tensión y el resentimiento mientras está bajo el efecto de la sustancia, para después postrarse, pedir perdón y prometer que eso no volverá a suceder, o evitar hablar del asunto; de cualquier manera, quienes pagan las consecuencias son los familiares. El gran error consiste en pensar que amar es solapar, reemplazar al otro o responsabilizarse por él. Hay muchos casos en los que las personas parecen darle sentido y valor a su vida a través del sufrimiento y el adicto les proporciona esos motivos de dolor. Otros necesitan tener alguien a quien corregir y castigar, a quien controlar y dominar, a quien proteger.
La mejor defensa de la familia contra el impacto emocional de la adicción de uno de sus miembros consiste en aceptar la enfermedad, adquirir conocimientos sobre ella y hacerse de la madurez y el valor necesarios para lograr realizar todo esto. Cuanto más se disimulen las emociones, más difícil será lograr un proceso de rehabilitación eficaz, porque muchas veces la influencia recíproca es destructiva, no constructiva. Los familiares cercanos del adicto necesitan ayuda. Quienes resultan más afectados son: el cónyuge, los hijos, los padres y los hermanos. Ellos no son los responsables de la fármaco dependencia ni pueden darle al adicto un tratamiento rehabilitador, pero, a medida que avanza el problema, se ven comprometidos emocionalmente y empiezan a actuar como facilitadores, siendo entonces lo más indicado que ellos busquen ayuda y sigan un tratamiento para resolver sus propios problemas.
Esto a muchas personas les parecerá absurdo: ¿cómo es posible que sus allegados firmen necesitar ayuda si el adicto es el que está mal? Sin embargo, como ya se ha explicado, toda la complicación psicológica de las adicciones se contagia de alguna manera y daña a las personas cercanas. Los errores que entonces se cometen son casi increíbles y a menudo dificultan la recuperación del dependiente, aun cuando no sea ésta la intención. La mejor manera de ayudar es terminar con la ignorancia, situarse en la realidad y poner en práctica lo que se aprendió. El problema de los adictos radica en su persona; su rehabilitación sólo puede lograrse con la abstinencia total. Por eso, es al adicto a quien le corresponde decidirse, por su propia voluntad, a tomar medidas eficaces.
Es asombroso ver cómo el adicto controla a su familia, principalmente al cónyuge y a la madre, quienes lloran, gritan, se quejan, alegan, ruegan, amenazan o dejan de hablarle; pero también disimulan, lo protegen y lo defienden de todas las consecuencias de su adicción. Los familiares tienen que aprender a defenderse contra las armas que utilizan los dependientes, pues de lo contrario se convertirán en esclavos virtuales de la enfermedad, produciéndose a sí mismos una enfermedad mental o emocional que puede llegar a ser considerable. El primer recurso del adicto es hacer perder la paciencia o provocar ira, pues quien se enfurece o se muestra hostil se vuelve incapaz de ayudarle. Así, consciente o inconscientemente, el adicto vuelca sobre otra persona el odio que siente contra sí mismo, y el que se enoja con él le sirve de excusa para reincidir.
La segunda arma es su facultad para provocar ansiedad, haciendo que la familia se sienta obligada a hacer por él lo que sólo él debe hacer por sí mismo. Los familiares empiezan a resolver los problemas que él crea; si extiende un cheque sin fondos, terminan por pagarlo; si no mantiene a su familia, ellos se encargarán del sustento; si choca, ellos pagarán los daños y perjuicios, y así sucesivamente. Con esto, el adicto no se responsabiliza y sigue cometiendo errores; no obstante, se siente culpable y resentido, continúa negando que es fármaco dependiente o alcohólico, y la familia lo rechaza cada vez más por los problemas que causa. Por tanto, los familiares necesitan aprender a afrontar la ira y la ansiedad que les provoca el adicto, y para ello generalmente necesitarán de la ayuda de especialistas o de grupos de apoyo.
El amor no se maneja a menudo de forma adecuada; la compasión (sentir o sufrir con alguien) lleva a los familiares a tolerar las injusticias del adicto, quien logra anestesiar el sufrimiento, la tensión y el resentimiento mientras está bajo el efecto de la sustancia, para después postrarse, pedir perdón y prometer que eso no volverá a suceder, o evitar hablar del asunto; de cualquier manera, quienes pagan las consecuencias son los familiares. El gran error consiste en pensar que amar es solapar, reemplazar al otro o responsabilizarse por él. Hay muchos casos en los que las personas parecen darle sentido y valor a su vida a través del sufrimiento y el adicto les proporciona esos motivos de dolor. Otros necesitan tener alguien a quien corregir y castigar, a quien controlar y dominar, a quien proteger.
Hay que asegurarse de que no exista una situación así, y si se presenta, buscar ayuda especializada para corregirla. La recuperación de las adicciones comprende la recuperación emocional de todos los miembros de la familia, que deben madurar antes, durante y después del tratamiento. Muchas de las situaciones y actitudes familiares de las familias disfuncionales se presentan en los casos de adicciones como causa y/o consecuencia de las mismas.
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